Cristián Pérez Tobar
Para vincular
este ensayo, ya que consta de cuatro ejes que lo componen, cito lo siguiente: ‘Nosotros tendemos a vivir un mundo de
certidumbre, de solidez perceptual indisputada, donde nuestras convicciones
prueban que las cosas sólo son de la manera que la vemos, y lo que nos parece
cierto no puede tener otra alternativa. Es nuestra situación cotidiana, nuestra
condición cultural, nuestro modo corriente de ser humanos’[1].
Desde la
solidez perceptual indisputada, expongo mis ultimas inquietudes sobre el como
pensar la pedagogía, desde que punto establecer las relaciones entre el que se
abre al conocimiento y el que lo comparte. Las problemáticas actuales radican
precisamente en la forma de observar ambas posiciones, que determinan
finalmente las bases del pensamiento de una nación.
La estructura
pedagógica actual basada en una serie de experimentos sociales se encuentra en
un estado de obsolescencia radical,
esta obsolescencia se ha manifestado precisamente por el modo de mirar o crear
un tipo de pensamiento que determine una localidad pero planteada desde un
concepto mundial y porque no, universal.
Los gobiernos
tienden a inclinarse por esta motivación pero maleada desde la inauguración y
posterior desarrollo de las politicas económicas utilitaristas, que en
consecuencia genera lo que estamos experimentando, polarización planetaria pero globalizada, una
especie de invidualismo global. Donde la jerarquía y la estructura mental
tecnócrata a nivel educacional instauran conocimientos parcelados, donde no se
vincula ninguna de las ideas que cada asignatura imparte lo que genera
estudiantes funcionales que operen dentro de la idea de estudiar carreras y no construir conocimientos
nuevos, en este sentido la vocación por el conocer carece de sentido.
Es este el
conflicto actual entre el docente jerarca y el a/lumno (sin luz), que imparte conocimiento reducido a principios
fundamentales, donde no hay cabida para liberar las certidumbres.
Este paradigma
que intenta construir un pensamiento, sustentando en el utilitarismo, recae en
quienes piensan, diseñan y aprueban el currículo, limítrofe y discriminador (los términos educación ‘básica’ y ’media’,
deberían suprimirse), que se manifiesta en esta obsolescencia que ha generado un nihilismo
ambiente que se experimenta en las juventudes actuales incapaces de comprender
la frustración como proceso existencial, lo que genera una especie de sobreadicción
fundamentalista y fanatismo dogmático.
Desde mi punto
de vista, la jerarquía educacional y exceso de certidumbres reprimen la
posibilidad de encontrar en el cotidiano una nueva forma de comprender los
fenómenos de todos los días, generando irreflexión, homogenización o dogmas del
pensamiento. Lecturas como ‘Vivir O
Pelouro’, contribuyen a fomentar estas ideas liberadas de la solidez
perceptual, donde el término no es enseñar sino compartir las experiencias. La
aventura del educador actual es
precisamente crear este espacio donde se fomente el fenómeno humano.
Lo descrito lo
he corroborado al preguntar a un grupo de tres estudiantes lo siguiente: ‘imaginen una sala de clases… describan lo
que sucede’. Estas tres personas me describieron lo que es común en la
actualidad: ‘una sala jerarquizada y organizada por filas de sillas, desde los
más bajos y atentos al principio y los altos y desordenados al final, todos
uniformados y peinados. Son 45. La clase es presidida por la clásica profesora
de gafas de pelo crespo y sendos rollos en su abdomen, que no tiene amor ni
entusiasmo por el cotidiano, trabaja por que si, por que el olvido, las deudas
y sus devenires. En la pizarra negra explica los ‘fenómenos de lo naturaleza’, sin comprenderlos, ni maravillarse
con ellos, que camino a su casa, arriba de la micro, ya olvidó’.
Este es
nuestro escenario actual, este es el que hay que renovar… renovar las bases
anquilosadas y apolilladas de la sociedad en curso.
[1] VARELA, F. / MATURANA, H.
‘Conocer el Conocer’. Cap. I, pp.: 5. El Árbol del Conocimiento. Ed.
Universitaria. 2007.
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